Historia de los Magiares

Hungría está situada en el corazón de Europa, en la Cuenca de los Cárpatos, rodeada por la cordillera de los Cárpatos, los Alpes y las montañas eslavas meridionales. Esta región, desde la aurora de la civilización, siempre ha estado habitada, y ha sido escenario de la mezcla de distintas culturas. En el 1er milenio antes de Cristo, se alternaban aquí pueblos de jinetes de origen iraní -escitas- y tribus indoeuropeas más o menos sedentarias (celtas, ilirios y tracios).

En el último período de expansión del imperio romano, la Cuenca de los Cárpatos perteneció por algún tiempo a la esfera de la civilización mediterránea, grecorromana: este proceso estuvo acompañado de la aparición de centros urbanos, carreteras empedradas y fuentes escritas, y finalizó al iniciarse la migración de los pueblos.

En la zona aparecieron tribus germánicas y pueblos turcos nómadas (hunos y ávaros). Roma desde comienzos del siglo III se vio obligada a defenderse contra ellos, pero alrededor del año 430, cediendo ante los ataques de los hunos, abandonó definitivamente su provincia en la Cuenca de los Cárpatos, llamada Pannonia.

El famoso rey huno, Attila, dirigió desde aquí, de las orillas del río Tisza, su enorme, pero efímero imperio. Tras su muerte, el imperio huno se desintegró y tribus germánicas volvieron a repartirse el territorio. La hegemonía de ellos pronto se vio quebrantada por la llegada de los ávaros. El imperio creado por ellos a fines del siglo VI, se desvaneció debido a las campañas militares de Carlomagno (años 790) y a los ataques de los búlgaros del Danubio.

Al llegar aquí los magiares el statu quo que existía en la Cuenca de los Cárpatos era el siguiente: en el Transdanubio estaba la provincia oriental del decadente imperio franco, en la Gran llanura y Transilvania dominaban los búlgaros y el norte lo ocupaba la alianza tribal, y luego Estado, moravo.

El origen de los húngaros, que se remonta a varios milenios, aún no ha sido esclarecido del todo por la ciencia. La versión de que la antigua patria de los húngaros estaba en las laderas asiáticas de los montes Urales y que sus ancestros pertenecían a la familia finougria de los pueblos de los Urales, puede comprobarse por los recursos de la lingüística. Debieron de separarse pronto de sus parientes noroccidentales, y en la primera mitad del 1er milenio a. C. ya los encontramos al suroeste de los Urales, haciendo pastar a sus animales en la amplia "patria primitiva húngara" (Magna Hungaria, Bashkir), situada a las orillas del Volga.

Mil años después ellos también se unieron a los movimientos masivos de la migración de los pueblos, y se desplazaron a las estepas entre los ríos que desembocan en el mar Negro (Levedia, luego Etelköz). Probablemente ya antes habían entrado en contacto con pueblos turcos, pero la arqueología es capaz de identificar los elementos turcos (onogur - de ahí la denominación "húngaro") solamente en estos territorios.

Según un grupo de científicos, con las reiteradas olas migratorias de los pueblos, ya en el siglo VII habían llegado húngaros a la Cuenca de los Cárpatos, pero lo que sí se sabe con certeza, es que a partir de mediados de los años 800 ya la conocían muy bien, ya que sus guerreros participaban en las luchas libradas por el territorio, algunas veces como aliados de los francos, otras del lado de los moravos.

En el transcurso de las mismas, no solamente pudieron conocer muy bien las favorables condiciones naturales de la Cuenca de los Cárpatos, sino también las flaquezas de sus aliados y el vacío de poder que se formó en este territorio, y todo ello pudo contribuir a que en el año 895, buscando refugio y una nueva patria ante el ataque de los pechenegos turcos, se dirigieran a la Cuenca de los Cárpatos, esta vez junto con sus mujeres, sus hijos y sus animales.

Cuenta la leyenda que, antes de la gran empresa, la conquista de la nueva patria, los jefes de las siete tribus húngaras sellaron su alianza por medio de un "pacto de sangre", según la costumbre oriental, y eligieron entre ellos a Árpád como príncipe, quien después llevó a cabo exitosamente la gigantesca tarea del traslado organizado de los húngaros (aproximadamente medio millón de personas) a la Cuenca de los Cárpatos, que, de acuerdo a lo que demuestran los hallazgos arqueológicos, cobró relativamente pocas víctimas.

Los húngaros, conquistadores de su patria, en su nueva morada continuaron su modo de vida, complementando el pastoreo con el cultivo de la tierra, sin embargo sus guerreros, al igual que los normandos y los vikingos, acosaron durante décadas a los pueblos de Europa, con incursiones de saqueo y cobrando rescate, hasta que el rey alemán Otón puso fin a estas correrías, al imponerles una grave derrota en la batalla de Augsburgo (955).

Los descendientes de Árpád reconocieron que la condición de su supervivencia era asimilar el modelo europeo, del modo de vida sedentario. Esto significaba principalmente adoptar el cristianismo y estructurar la organización estatal.El bisnieto de Árpád, Géza fue bautizado, pero según las crónicas, también siguió presentando sacrificios a sus deidades paganas. No obstante, hizo de su hijo, el futuro San Esteban, un verdadero monarca cristiano.

Llamó como maestros al lado de su hijo a destacados misioneros alemanes de la época, pobló su corte de caballeros alemanes, y pidió para su hijo la mano de Gizella, hermana del rey bávaro.Alcanzó su objetivo: su hijo, el rey Esteban I (997-1038) siguió adelante con la política de su padre, y en la Cuenca de los Cárpatos organizó un fuerte estado cristiano de tipo europeo occidental.

Obligó a todos los súbditos del reino a respetar los dogmas del cristianismo. Edificó la organización eclesiástica que abarcaba todo el país, obligando a las poblaciones a construir templos y organizándolas en diócesis. Trajo a Hungría a monjes, quienes, además de difundir la nueva religión, enseñaban a los habitantes del país horticultura, viticultura y distintas actividades industriales. Ellos sentaron las bases y fueron difusores de la cultura escrita, que permitió establecer un sistema legislativo y administrativo adecuado a la época.

En el año 1000, Esteban se hizo coronar rey. Para la ceremonia, pidió la corona al Papa de Roma, subrayando también con este gesto su compromiso por el cristianismo de tipo occidental.

Venció uno tras otro a los jefes de tribu que se oponían a la nueva religión y a la nueva estructura, les confiscó sus bienes y tierras, creando en su lugar provincias, subordinadas a la dirección del rey. Dichas provincias siguen siendo hasta hoy -naturalmente, tras una infinidad de modificaciones- las bases del sistema de administración pública del país.

Como resultado de la grandiosa labor organizativa de Esteban, canonizado en 1083, la nueva patria ocupada en el año 895 se convirtió irrevocablemente en un Estado europeo moderno y cristiano.

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